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Informática en la serranía de Málaga

En septiembre se vienen organizando en Canillas del Aceituno las JAI,  a las que me invitaron a asistir este año. Canillas es un pueblo pequeñito de montaña de Málaga, cerca del parque natural de la Maroma (que es lo más parecido a montaña que tenemos en Málaga). Como corresponde, está todo en cuesta y, siendo Málaga, no hay donde aparcar. Por suerte cae todo a mano y puedes dejar el coche a la entrada del pueblo sin mayor problema. Para los intrépidos que decidan callejear en coche, allá ellos, más les vale llevar un coche estrecho y encomendarse a todos los santos.

Lo más interesante del pueblo son las siguientes tres cosas: la montaña, el cabrito al horno y las copas de marca a 3 euros y medio. En particular, hay tres rutas para subir a la Maroma, una fácil (relativamente) y dos chungas (supongo que también relativamente). De camino para arriba, lo habitual de la zona: bosque de pinos y zona de anidaje de rapaces, además de una estupenda vista del pantano y el valle. En cuanto al cabrito, lo cierto es que les sale de muerte, y eso que yo soy fan de la ternera. Eso si, comer allí es un deporte de fondo: hay que ir guardando sitio o no hay quien llegue a la meta. Ni que decir tiene que lo normal es que con senderismo y todo te vuelvas a casa con algún kilo extra. En cuanto a lo tercero, nunca salir por la noche me había salido tan barato. El bar de debajo de la casa rural que teníamos, con su terracita, sus guiris y un tipo que lo mismo te tocaba un blues que te cantaba una saeta, era un auténtico lujazo. Y encima conservan billar y futbolín de los antiguos.



Ya puestos, aproveché para hacer algún bocetillo de gente en movimiento y algún retratillo al natural, con más o -mucho más frecuente- menos tino.

En resumen, una buena opción para un fin de semana rural y, para los que sois de Informática, para apuntarse a las JAI’12.


¿Quejas del Fast food? ¡¡ Pues toma Slow food!!

Comentan por ahí que es malo comer fast food, pero a mi nadie me habia avisado de que la slow food puede ser aún peor … al menos de cara a la ulcera que te da de aguantar a ver si te traen el segundo a la hora en que tendrías que estar con el café de la tarde. Y para muestra, un ejemplo, que demuestra que el hombre es el único animal que tropieza dos (y tres!) veces con la misma piedra: el Edelweiss, en Málaga.

La primera vez que paseando por el barrio me encontré un restaurante de fondue, como buena amante del queso, decidí darle un tiento. En el local estabamos básicamente mi madre, yo y otras dos personas que, visto lo visto, igual llevaban allí desde Pascua del año anterior. A pesar del vacío del restaurante, la comida tardó en llegar cosa de 3 cuartos de hora, lo cual es fascinante si uno se para a pensar que te la preparas tú mismo en el hornillo de la mesa. Probablemente tuvieron que ordeñar a las vacas (suizas) para hacer el queso … En fin, por lo menos la gente era maja y sólo nos fuimos medio mosqueadas del sitio.

Second round: fight! Visita de un par de amigos de Granada, todos los restaurantes de los alrededores cerrando y sin tiempo de salir del barrio. Probemos suerte de nuevo con el Edelweiss. Misma situación, mismo tiempo de espera, cabreo importante y voto a brios de no volver a pisar el sitio, que, por cierto, no es barato que se diga.

Pues cuando vivia yo en mi feliz ignorancia de que semejante lugar no volvería a ser hollado por mi calzado, me entero sin ninguna alegría de que obra y gracia del sufrido Manolo, que se ofreció como un campeón para buscarnos la comida de navidad al resto de los (güevones) amiguetes, tenemos mesa para 28 en … ¡el Edelweiss! A mi me temblaron las rodillas de hacer la regla de 3: si con 4 personas esperamos 45 minutos … ¡Nos dan las uvas … literalmente! Alguien por allí se dedicó a tranquilizarme con la excusa (vana) de que ellos habían estado ya y no habían esperado tanto. ¡Pero si pides una cola y parece que le ponen las burbujas una por una! Nuestra única esperanza era que habíamos reservado prontito, a las 13:30, así que con suerte llegaríamos los primeros. Y asi fue. Llegamos los primeros … y nos fuimos los últimos. La cosa pintó mal desde el momento en que llegamos y vimos que la ayuda al dueño consistía en dos chavales con cara de alelaos a los que hubo que repetirle las bebidas 15 veces hasta que tuvieron la brillante idea de apuntarlas en un cuaderno. Eso sin contar con que a Uxio lo llamaron señorita, para haberle visto la cara. Y excusatio non petita, acusatio manifesta, alli que aparecio el dueño y nos dijo tan campante algo como «Muchachos, vosotros sois muchos y nosotros muy pocos, asi que tranquilitos». Y tan tranquilitos! Os juro que salimos de allí a eso de las 9 de la noche!! Hubo mesas en que llegó el postre antes que el segundo plato, tuvimos que pasarnos las bebidas de una a otra en espera de que llegaran las que habiamos pedido. Los platos salieron invertidos y cada uno a su bola, de forma que cada grupo acabó de comer a una hora distinta y con grados de cabreo diferentes. Por el amor de Dios, si te vienen 28 personas con reserva a las que tienes que darles un plato de carne y otro de queso crudos para que se lo calienten solitos … ¿cuantas neuronas hacen falta para prepararlos a las 10 de la mañana y tenerlos listos a las 13? ¿o es que en ese rincón de Málaga no se han inventado los frigoríficos? Lo cierto es que entre 6 y 6:30 pasamos de la ira rabiosa al cachondeo pasota. Y menos mal, porque luego se confundieron en la cuenta … a su favor. Y, por supuesto, no invitaron al clasico chupito post-parto (porque los pusimos a parir con alegria). Lo mejor de todo es que nos dieron su tarjeta. Como si fueramos a volver!! Aunque, visto lo visto, nunca se sabe 😛